lunes, 23 de febrero de 2015

El semielfo dichoso

Todo comenzó en la batalla por los valles de la daga.
Una hermosa mujer gritando "¡Por Mystra, ten cuidado!" mientras se frotaba las cejas calcinadas. Una explosión de flamas y fiereza había explotado relativamente cerca de ella.
Al levantar la vista no pudo evitar petrificarse al ver un grácil elfo con una media sonrisa de prepotencia al sentir que había derrotado al grupo que acechaba a la damisela en "apuros".
Así es como empezó todo, recuerdo.
Poco después, excusándose con la seguridad mutua, formaron un pequeño grupo y desde ahí en adelante fueron estrechando lazos, hasta que al final Mintharial fue sorprendida por los agasajos de Andrael en forma de cortejo.
Los años de aventuras fueron pasando, hasta que Sune les sonrió.
De su felicidad y regocijo nació un saludable joven, Kiranos, un pequeño semielfo de palida tez y oscuros ojos.
La arraigada cultura del padre pronto dio sus frutos, y el joven a temprana edad fue conociendo el arte.
La devoción de la madre hizo mella en su juicio, y pronto comenzó a entender la urdimbre y la responsabilidad que ello conllevaba.
Con el cachorro en el mundo las aventuras pasaron de ser peligrosas a empezar a vivir en el valle de la sombra y dedicarse a las labores domesticas.
Los primeros años eran tranquilos, poco mas allá de algunos goblins algo mas traviesos que el bebé únicamente.
Años de prosperidad para los valles, y para la joven familia.
Pero como todo en la vida, esta pendiente del cambio.

La prosperidad del comercio en los valles comenzó a perderse en tiempos pasados dejando lugar a una pesada y dura decadencia. El comercio de la zona dejó de ser prospero. El valle de la daga comenzaba a caer y nadie quería arriesgar sus mercancías, ni lo mas mínimo, pasando por ningun valle. Los zhentarim acechaban en cualquier bosque, camino, villa...
Kiranos ya era un joven adepto de mystra, señora de los secretos, y su inquieta mente aun estaba siendo alimentada por la pila de libros que Andrael hacia estudiar, a los cada vez mas escasos, tutelados que tenía.
Quizás fuera cuestión de tiempo, quizás no, pero la guerra cada vez se extendía mas y mas por los valles. La economía asfixiada hacía su función y el mal estar comenzaba a dar la cara en toda la zona, aunque no fue el mayor problema del momento.
Hordas de ineptos seres verdes brotaban cada vez mas a menudo de los bosques colindantes, augurando algo aun peor.
Pero pese a que el valle de las sombras es conocido por ser el lugar de retiro de numerosos heroes las debilitadas gentes del pueblo comenzaban a temer lo que pudiese llegar... Hasta que sus temores se convirtieron en algo mas que una simple pesadilla.
Una humareda mas turbia que el crudo, mas pesada que la obsidiana y mas grande de lo que la vista pudiese jamas alcanzar a ver se alzaba por el linde del bosque. La maquinaria de guerra había comenzando a funcionar, algo mas allá de lo que un simple piel verde podría haber organizado.
Hordas completas de goblin, orcos y ogros, en su mayoría, corrían como animales salvajes hacia delante, dejando tras de si un rastro de babas, humo y blasfemias en horribles idiomas.
Rápidamente, el pueblo empezó a huir. Los llantos, el miedo, la desesperación... Nada iba a quedar, nada podría salvarse, y eso parecía alimentar de alguna manera de los atacantes que desde la lontananza comenzaba a vitorear con desgarradores aullidos.
Pero nada de eso, aun así durante la confusión unos cuantos preparaban sus equipos. Algunos desenterrados durante tiempo ha, entre capas de polvo. Otros aun con orgullo mostrados. Y unos pocos aun con uso casi cotidiano.
Como si hubiesen sintonizado sus mentes, un grupo de escasamente una veintena, fueron reuniéndose en la plaza del pueblo. Allí brillaban desde viejas glorias en forma de armaduras lustrosas hasta un raído estandarte de Tempus en una pica clavada en la tierra.
Tras un breve periodo de tension y poco mas que un par de ensalmos, las tropas enemigas fueron alcanzando el pueblo. El pequeño grupo, con la joven pareja en el, comenzó la refriega.
Poco antes Andrael había buscado corriendo a su hijo:
-"Hijo, escóndete y espera a que todo pase" Mientras le extendía la mano con una varita y su propio libro de hechizos "Toma esto, y no salgas. Si oyes algo acercándose, usa esto... y corre, y no mires atrás".
Eso era lo único que resonaba en la cabeza del mago, donde se habría escondido, si estaría bien.
Los enemigos, infinitamente superiores en numero, comenzaban a ser cada vez mas problematicas. Los cojuros retumbaban. Fuego, electicidad, hielo... Al son de las palabras y en chocar del acero.
Y fue entonces cuando ocurrió. Un viejo enano embutido en una pesada armadura, con un martillo tallado en el casco, lo gritó: ¡DROW! ¡DROW!.
Tres elfos de piel oscura como la obsidiana aparecieron de la nada, con espada en mano apuñalando a uno de los defensores. La sangre salpicó... Sus ojos se tornaron blancos, y de la boca entreabierta del viejo defensor se escapo su ultimo estertor.
Todos dieron un paso atrás al ver que todo se ocultaba en una espesa tiniebla en forma de bola, nadie sabia nada y solo se escuchaban chirridos del metal chocando.
Mintharial comenzó a orar fuertemente, y de sus manos brotó un fuerte brillo que disipaba la oscuridad. Los elfos cegados, que habían abatido a otros tres defensores, intentaban cubrirse como podían en un vano intento por sobrevivir. Nada podía aplacar la ira de los defensores, que viendo como sus amigos yacían en el suelo, la venganza se cobró y los tres drows fueron aniquilados al igual que numerosos orcos oportunistas, que en un afán de aprovechar la confusión entraron en los globos de oscuridad.
Pero el destino aun tenía una carta mas para torcerlo todo. Las ya no tan numerosas tropas de piel verde comenzaron a desmoronarse, el miedo había nacido entre sus filas y la retirada era inminente.
Mintharial, corría a socorrer a los heridos con los pocos conjuros de sanación que le quedaban ya. Estaba exhausta, mas no podía rendirse sin intentar salvar alguno de los heridos que había caido durante el asalto. Pero su mente, recordando las palabras para canalizar la energía positiva, no había visto que una sombra le acechaba.
Kiranos estaba impaciente esperando en su escondite, en un pequeño hueco detrás de una madera que había suelta en la pared del sótano. Agudizó su oído mientras salía del boquete, parecía que el ruido en la superficie ya había desaparecido, así pues recogió sus pertrechos y se dispuso a salir.
Recorrió las calles entre las sombras y siguiente el rastro de destrucción que se había creado hasta que por fin sus ojos vieron algo familiar, a su madre.
Ella estaba de rodillas ante un herido. La sangre teñía los regueros entre los adoquines de un oscuro carmesí en el que se reflejaba una oscura silueta tras de ella. Estaba amenzandole, a sus espaldas, con una espada corta.
 En la mente del chiquillo volaban las ideas desordenadas por el miedo de la situación, hasta que casi involuntariamente comenzó a resonar una grave voz de sus entrañas. Con fuertes gestos aclamaba al cielo que mystra le ayudase, y apuntando al agresor con el dedo un escalofriante rayo azul golpeó al incrédulo drow, que comenzaba a quedarse congelado en una amenazadora posición.
El ataque había sido completamente repelido.
Y poco después las tropas del valle llegaron apresando al drow superviviente.
La iglesia de mystra consideró al joven un digno merecedor de la impronta de su señora, tras la hazaña de paralizar al elfo oscuro, pudiendo continuar sus estudios bajo la tutela de un maestro.
Una nueva chispa había brotado en el, las ansias de aventuras de sus padres había explotado en el.
Ya nada podría pararle.
Ansiaba conocer tantos secretos como la propia dama.



viernes, 13 de febrero de 2015

ositos gummie

La textura, única e inolvidable, hacia estremecer los miembros del joven. Lo recuerda con tesón, cavilando en su cuarto, mientras en la boca una sonrisa se dispone a dispararse.
El camino, el recuerdo, la charla, los mensajes, la bravuconería... El "aware".

Predispuesto a dar rienda suelta a su imaginación se detiene momentáneamente. No, no es el momento, no es prudente. Ya no queda ningún osito en su encimera.
Le gustaba todos y cada uno de ellos, pese a que el amarillo quizás renqueara un poquito.

Entonces, con una tímida mueca de lastima se levantó de la cama. Tenía antojo de ositos gummie.