viernes, 6 de julio de 2018

One of these days

El sol nace.
Suavemente, con un dulzura, la luz va rozando más y más suelo, desprendiendo su propio calor y ternura. El andar de cientos de tacones va desfilando, camino arriba, como si de un espectáculo de claquet se tratara.
De su liviano sueño los pájaros despiertan, silbando sus sueños al aire para que todos los escuchen, mientras el tronar de motores resuena entre las fisuras de los antiguos edificios, que se alzan tratando de rozar el cielo.

El sol va creciendo lentamente, mientras disfruta rompiendo en dos el cielo.
Las calles van quedando obsoletas y vacias, las ollas se oyen crujiendo mientras los guisos se van cociendo y puedes oler como dentro de poco por la ventana se alzará una voz ansiosa y nerviosa llamando a la prole.
El trabajo se va acabando, la jornada reducida del verano se hace menos eterna cuando va rozando la hora de la vuelta. La hora de que las soleadas y abandonadas calles vuelvan a bullir con vida que busca el cobijo de sus hogares, el silencio de su alcoba.

El sol, cansado de tanto esfuerzo, se propone caer.
La grácil brisa marinera azota tu cara, cual manopla de terciopelo que atusa la barba, y refresca los colores que la bebida espirituosa hace relucir en tus coloretes, que se difuminan en el rostro entre risas y pamplinas.

El día ha acabado, y vas tomando posiciones para la próxima jornada, la próxima batalla.

El problema es que no sabes como ni cuando, pero vino un gilipollas a destrozarte el día.

-"A más miro... menos quiero ver".

Un día malo lo tiene cualquiera.